domingo, 10 de mayo de 2009

TRAMPA

Nos acusan de herir la posibilidad, de sugerir la herida, de prolongar la agonía. Nos esperan con las manos goteando sangre y sin embargo no pueden siquiera hacerse latentes con nosotros. Si el desenfado deja de cuantificarse y cualificarse en la tierra de Baldor, oiremos a las bestias destrozando formulas, arrancando exactitudes, masticando perfecciones y entonces esta ulcera del pecado reventara dejando una herida sin cura que sin duda alguna aprenderemos a penetrar.

Acusados de apuñalar lo sucedido, de hacernos poco latentes con lo nuestro. Cuanta espera y sin sentido las manos no sólo gotean sangre, sino reproches y las formulitas que la víbora se ha comido bajo su cama, masticando uno a uno los casos de factorización del drama y la posición del cuerpo desnudo detrás del espejo. El llanto es otro murmullo del juez y el ladrón, lo santo no existe, ni siquiera el pecado es tan fácil de pronunciar en la hoguera, que nos coma el Tentáculo del dios contemplativo con la furia de un hombre en la tierra. Más allá de lo extraviado queda la herida, aquella que recuerda cuando hay que amortajar la bestia del sentimiento…

Hogar de seres poseídos por el filo del silencio, armaduras que dominan y deforman esta geografía pulsante. Ya resucitado el justo se traiciona, se torsiona, se combate como si su purificación dependiese de caníbales.Sortea obstáculos de agua, tierra, blues y jazz pero no quedan emociones para nutrirlo. Como catapultar sus seguridades a una nebulosa aun no descubierta, donde depositar la semilla de la desesperación que otro sigue poseyendo. Articulación por articulación organiza la embestida, agita la víscera y entona el canto. Eco de mantras, fuego de viejas sabidurías, asco del asco. ¡Óyeme mundo ignórame con cada uno de tus átomos, olvídame para detonar en la pregunta! Ahora condenado a permanecer reconoce el rostro de su pureza.

El Arma fatal ha sido el olvido. Un llamado de condolencia, un grito en el oído mientras duerme en su espesa filantropía del deseo. Provócame, le he dicho mientras mastico una a una las fases de las posibilidades. La hiena desnutrida está a su lado, él le da de comer el desperdicio de su cobardía. En la tierra azul, de noches lujuriosas, gritos afanados y epígrafes del abandono, no hay método, ni forma, tan sólo el golpe recuerda el otro movimiento, el deterioro forma parte de lo mortal…

Esta cuerda se extiende y las manos se sujetan para no perder el curso de este río que agita nuestros cuerpos, agarrate con fuerza y rasga nuestras pieles, recibirás respuesta.

El rumor se expande, sentimientos carbonizados en las histerias de los enfados. La piel hecha un río que se agita en las exclamaciones. Sequedad en la garganta mientras la palabra a punto de ser pronunciada es húmeda y rasga lo delicado de la seda de una sombra chinesca. Descubro en medio de la espera a una respuesta la cercanía de las tentaciones que cada vez inventamos.

Responder a la voz binaria de este contacto virtual que nos ajusta los dedos y nos fragmenta la mente es inevitable, no acortamos distancias solo perseveramos en el combate de las sensaciones prolongadas.
Los nombres mutan con la insistencia de nuestro palpitar y no importa cuanto nos opongamos a la luz del cometa, nos quemara y dejara nuestros ojos iluminados con el estallido sangrante de nuestra debilidad.
Es una certeza solo somos humanos dejándonos oír, apartándonos de un camino de extensión ilimitada para que las princesas hebreas del agotamiento respondan con la serenidad del látigo.
Solo humanopteros sin títulos, ni etiquetas, solo plataformas a viajes sin sentido, equilibrios rotos por la contradicción, naturaleza cicatrizada que no busca redención.
Aguza el enlace de tus neuronas y pliégate en la sonrisa de nuestras palabras para que tarde o temprano los encuentros nos permitan materializarnos mutuamente.

Presiento que cada vez este limite va perdiendo su centro, la
periferia se introduce en los espacios del eco de nuestras palabras.

Esta piel que descansa en la mancha volcánica anuda las frustraciones y aumenta la culpa, nos escupirá la blanca conducta para llevarnos por el sendero de la deuda, cuarenta días abstinente, meditante, cuarenta días en la gruta del refinamiento espiritual, cadenas de colores cósmicos laceran el escape como si nuestros huesos pertenecieran al cielo y no a la tierra. Saludo a mi conversión sin evangelios, a mi golpe con sed de instante. Enumerare los días que entumecieron la fe, la caída ya no es libre solo mortal.

Agua, tierra, alcohol y una noche confundida en otro amanecer. Pareciera que la perfección del grito se amañara en la posesión de una rutina. Despojos, hambre de un contacto. Miserables los juicios que se rifan, se otorgan en las brumas de un condoliente y amargo saludo a lo lejos. ¿Detonar? es la idea que puede sugerir la desesperación, uno a uno los elementos se desintegran, desilusión al tiempo, amargo el trago del verso. No hay gracia en el abismo, sólo hay manojos de palabras fastidiosamente salvadoras. No hay remedio, lo diré cuantas veces sea posible, el caníbal está cerca de la pasión. Me agrada su presa en la mano.

Solo romper el velo y revelar el rostro de la bella que oculta la bestia, de palabras con sabor a sangre, a caldero humeando, esa circulación que se puede ver sin lejanías, esa coagulación de verbos y sinónimos, como obturar el alma para reconocerte con el color de un estallido eléctrico. Apretar la quijada y morder cada silaba que brota de un cuerpo colapsado por la crisálida de las ideas. Sin presentimientos antes de dormir, con el milagro desasiéndose en la punta de los dedos, seducidos por el pecado de convertirnos en árboles de manzanas. De una planta de cacao que escribe en su semilla su renacer en forma de bebida. Como si de tabaco no bastaran las figuras que escupen nuestros labios deformándonos el rostro, cuando la princesa hebrea muestra su sonrisa, a veces es inevitable desear lo que vemos.

Un hechicero que ingenia el color rojo para ver lo que desea, para ahondar en el refugio de un trago que inventa personajes de velos, quizás princesas hebreas o sofisticados malabaristas del lenguaje.Las partituras se escriben en un sostenido agudo y pulsante,manteniendo la respuesta al insinuante gesto de la palabra susurrada entre renglones.

Si tu respuesta se efectúo no puede leerse, ni siquiera pensarse, se ha perdido en la marabunta de la intención y aun con mis habilidades de aventurero no puedo romper los cerrojos que seguramente decidieron refundir su llave en lo más profundo de la quietud, de los que no descansan y se abstienen de emitir algún signo.